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POESIAS

Rilkeana

¿Quién te impulsó a tan filoso borde?
¿Fue un astro oscuro, y tal vez vencido,
que buscó sepultarse en tus entrañas?
¿O tu eterno silencio inadvertido?
¿Decirme quieres lo que así me dices?
¿O se asomó en el puente de tus versos
esa chinesca niña aventajada
- bucle, y pitón en el sendero inverso?
¿Témpano o duna ve, querido Rainer,
quien avistar ya lo vulgar no puede?
¿O eres la ciega mariposa humana
que procrear con lo inefable debe?
¿Son aldeanas en Pascua, tus estrofas?
¿Es el filoso borde penitencia?
He dicho astro, mariposa, niña:¿puedo llamarte Divina Inocencia?

Helénica

Oswald Spengler.

In memoriam. 

 

¿Cómo entenderte Grecia? ¡Escindida!

No fue la olímpica toda tu fe.

En tus claustros, donde se inculpa al noble,

venera el puro espíritu al ’arch¢:

¿qué ha sido si no el kósmoV del milesio,

y del eleata, qué la bella esfera?;

no más que el ritmo eterno del Oscuro,

que en la Sicilia lo transmigrado era.

Vigila una pupila calvinista

en la severidad del silogismo,

y tienen, Marston Moor y la cicuta,

la misma ascesis – faz del pesimismo.

¿Dónde se oculta tu Joaquín de Fiore,

si Reforma fue tu filosofía?

¡Un Jenófanes ya moralizaba

cuando el castillo del Atrida ardía!

Berkeleyana

Bajo el cielo preñado de luces
brota un ojo que intenta alcanzarlas.
Finalista vulgar, tal es su creencia.
Si bien entiendes, puedes evitarla.

¿Qué es esa luz -filósofo cansado-
desvanecida fuera de la experiencia?
¿Corpúsculos y ondas? No lo digas.
Siempre retrasa quien recita ciencia.

De sus rayos un mito hizo la mente
y lo arrojó lejos de la frontera.
Como inórgánica verdad se impone
porque tu has olvidado ya quien era.

Debes sentir el ojo (que ilumina)
que sin meta florece (a tu medida)
y acaso así, en todos los luceros,
puedas leer el libro de la vida.

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